Caigo en la tentación.
Yo te imaginé, como ataviada por aquel camisón de seda que, fundido en tu piel, dejaba entrever tus más cálidos misterios.
Y te pinté, como si de Venus te trataras, como viendo el sol a través de tus pupilas, con aquel mechón de pelo hacia atrás, dejando así tu rostro descubierto, libre de molestias para acariciar con el óleo tus tímidos defectos.
Imperfección de tu locura aquella cadera bajo la que se escondían diminutos pies de geisha.
Mi reina.
Con pincel te despojé de aquellas medias, y me mostré ante ti, suave lienzo de colores fruto de mi perversa imaginación.
Te vi imperfecta.
Te pinté musa.
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